2,1 hijos

Sin pareja, sin sexo, sin hijos

Jorge Calero Season 1 Episode 5

Vamos a describir en este episodio la caída del emparejamiento y quién se queda sin pareja. Vamos a ver también cuáles pueden ser las causas del fenómeno. Aparte de problemas estrictamente económicos para formar un nuevo hogar (problemas de vivienda, sobre todo) hay un problema muy interesante, que tiene que ver con las diferencias de nivel educativo a favor de las mujeres, lo que está dificultando el emparejamiento cada vez más. Y, al final del episodio, en la sección “Miradas sobre el declive” revisaremos un artículo que habla de cómo los jóvenes adultos tienen cada vez menos relaciones sexuales.

Un podcast de Jorge Calero.

En este podcast exploro uno de los cambios más profundos y silenciosos que nos están afectando: el declive demográfico.

¿Por qué la población está disminuyendo y envejeciendo en tantos países? ¿Cuáles son las causas y las consecuencias de este fenómeno? Y, sobre todo, ¿cómo impactará en nuestro futuro? Bienvenidos a 2,1 hijos. Yo soy Jorge Calero.

Vamos con el episodio 5, que se llama “Sin pareja, sin sexo, sin hijos”. Vimos en episodios anteriores cómo uno de los factores que estaba provocando la reducción de la fecundidad tenía que ver con cambios culturales, con un cambio del papel de la familia. En generaciones anteriores, la transición a la vida adulta la definía el matrimonio, el emparejamiento en todo caso, y la paternidad. En las últimas décadas, eso se está rompiendo. La gente se empareja menos, cada vez menos. No sólo es que se retrase el emparejamiento, sino que al final del periodo reproductivo quedan muchas personas que no se han emparejado. Y, lógicamente, se puede tener hijos sin estar emparejado, las familias monoparentales también han crecido, pero la falta de emparejamiento perjudica considerablemente la natalidad. 

Vamos a describir en este episodio esta cuestión, la caída del emparejamiento, quién se queda sin pareja, y vamos a ver también cuáles pueden ser las causas del fenómeno. Aparte de problemas estrictamente económicos para formar un nuevo hogar (problemas de vivienda, sobre todo) hay un problema muy interesante, que tiene que ver con las diferencias de nivel educativo a favor de las mujeres, lo que está dificultando el emparejamiento cada vez más. Y, al final del episodio, en la sección “Miradas sobre el declive” revisaremos un artículo que habla de cómo los jóvenes adultos tienen cada vez menos relaciones sexuales.

Primero. Cada vez más gente no tiene pareja, voluntaria o involuntariamente. En el grupo de edades donde se suele tener hijos, entre los 25 y los 44 años, en España, actualmente, el 42% de las personas no tienen pareja. Están desemparejados en el sentido de que no conviven, casados o no casados, con una pareja (heterosexual u homosexual) Son resultados que he sacado de EU-SILC, la base de datos de la encuesta europea de Condiciones de Vida. Los desemparejados son, sobre todo, hombres: un 47% de los hombres y un 38% de las mujeres. Los porcentajes no son iguales porque hay una cierta cantidad de mujeres emparejadas con hombres de más edad, fuera de la franja. Sobre este 42% de personas desemparejadas justo en las edades reproductivas, hay que decir dos cosas.

Primero, que es un porcentaje más alto que en la mayoría de los países europeos. Y, segundo, que es un porcentaje, el de personas en edad reproductiva no emparejadas, que no deja de crecer.

Veamos lo primero: ese 42% de desemparejados en España es el cuarto valor más alto de la Unión Europea, sólo superado por Grecia, Croacia y Lituania. El valor medio para Europa es del 35%, siete puntos más bajo. Tampoco hay muchos países donde el emparejamiento sea mucho mayor, en la mayor parte de los países al menos un tercio de las personas no tienen pareja en la edad reproductiva. Pero, en todo caso, lo que me interesa destacar es que la falta de emparejamiento afecta a todos los países, pero afecta especialmente en el caso español.

Y, lo segundo: es un porcentaje que no deja de subir. Fijaos, hemos dicho que actualmente el porcentaje en España es del 42%. Pues bien, sólo 20 años antes, con la misma encuesta, el porcentaje era del 33%. Nueve puntos menos en sólo 20 años. ¿Esta subida ha afectado sólo a España? No, está sucediendo a todos los países de la Unión Europea, pero con mayor intensidad en España. El desemparejamiento ha subido en la Unión Europea desde el 32% en 2004 al 35% en 2023, lo que es poco comparado con España, pero indica una tendencia que está presente, de hecho, en todos los países.

Podría ser, sin embargo, que las personas se emparejaran tarde, cada vez más tarde, y, por tanto, la media de emparejados fuera baja en la franja de edad, pero que acabaran, en su edad reproductiva, con una pareja que facilitara que tuvieran hijos. Pero no es así: si nos fijamos en la franja de edad más alta, entre 35 y 45 años, ya con más dificultades para la reproducción en el caso de las mujeres, el 30% de las personas (27% en el caso de las personas mujeres) están sin pareja. Así, lógicamente, es más difícil tener hijos.

Pero ¿quién tiene más problemas para emparejarse? Para decir una respuesta fácil y rápida: las mujeres con alto nivel educativo y los hombres pobres.

Por lo que respecta a las mujeres con alto nivel educativo, se está dando en los países avanzados lo que podemos llamar una “brecha de emparejamiento”, que tiene que ver con que hay muchas más mujeres con niveles educativos altos (educación superior, para concretar) que hombres con ese nivel educativo. Muchas mujeres desean tener hijos, pero no encuentran parejas masculinas que cumplan con sus expectativas en términos educación o de ingresos. Claro, eso tiene que ver con una desigualdad de género importante, con cómo las mujeres heterosexuales tienen como expectativa más frecuente lo que en inglés se llama casarse o emparejarse “hacia arriba”, con parejas masculinas con más estudios, edad e ingresos que ellas mismas. Eso, actualmente, no es posible para un porcentaje muy alto de mujeres. Miremos algunas cifras: en España, en la misma franja de edad de la que hablábamos, en 2024 había 2,5 millones de hombres con educación superior y 3,2 millones de mujeres con educación superior. Es decir, unas 700.000 mil mujeres más que hombres, o un 21% del total de mujeres con educación superior. Las cifras se repiten en casi todos los países. Como media en Europa, un superávit de mujeres con educación superior con respecto a los hombres del 20%. Estas mujeres, en caso de tener como expectativa emparejarse con alguien de su misma o mayor educación, pueden optar por renunciar a sus expectativas y emparejarse con alguien con menos nivel educativo, o no renunciar a sus expectativas, pero entonces no se emparejan. Entre estas dos alternativas, cada una elige como le parece.

Sobre la brecha del emparejamiento es muy interesante un libro de una antropóloga norteamericana, Marcia Inhorn, un libro que se llama Maternidad congelada, de 2023. Inhorn explora las razones sociales y culturales detrás del fenómeno del congelación de óvulos entre mujeres, un fenómeno creciente, especialmente en países avanzados. Inhorn cuestiona la explicación usual de que las mujeres congelan sus óvulos simplemente para retrasar la maternidad por razones profesionales. A través de entrevistas con mujeres en Estados Unidos y otros países, Inhorn señala que la decisión de congelar óvulos no responde tanto a un deseo de retraso voluntario, sino a una respuesta ante las dificultades para emparejarse en el mercado de pareja heterosexual. Así, la congelación de óvulos es una estrategia reproductiva frente a un panorama donde las expectativas sobre la pareja ideal simplemente no se pueden cumplir. 

Se trata de un cambio generacional en las mujeres, empujado en buena medida por su aumento de nivel educativo y estatus. Inhorn describe, de forma más amplia, las expectativas no cumplidas de las mujeres, no sólo en términos de nivel educativo, sino también en cuanto a pautas de comportamiento igualitario, valores o estabilidad emocional. Para resumir un poco lo que dice Inhorn en este sentido, las mujeres heterosexuales con educación superior (cada vez más abundantes) buscan un tipo de hombre que escasea. Sería una desconexión entre oferta y demanda tan fuerte que Inhorn, por ejemplo, describe cómo una cierta proporción de mujeres simplemente, ya ni intentan emparejarse, no tienen citas ni por procedimientos tradicionales ni por agencias o aplicaciones.

Había dicho que quién tiene más problemas para emparejarse eran las mujeres con alto nivel educativo y los hombres pobres. Ya hemos visto qué pasa con las mujeres universitarias y ahora voy a por los hombres pobres. En la misma franja de edad he dividido a los hombres asalariados, en España, en cinco niveles según sus salarios. Y, efectivamente, lo que podéis estar esperando: los hombres más pobres tienen bastante menos probabilidades de emparejarse que los ricos. La diferencia es muy importante: los desemparejados en el grupo de salarios más bajos son el 28%, en el grupo de salarios más altos, sólo el 13%. Estas diferencias tienen que ver también, claro, con el nivel educativo: los hombres pobres son descartados con más frecuencia porque no se ajustan a las expectativas de las mujeres con más educación. Una cuestión muy interesante es que este “descarte” tan fuerte no se produce en el caso de las mujeres. La proporción de desemparejadas entre las de salarios más bajos es del 21%, entre las de salarios más altos, del 16%. Los hombres pobres no se emparejan, las mujeres pobres sí se emparejan. Puede sonar un poco a cliché sexista, pero la realidad se comporta de ese modo: los criterios de emparejamiento de los hombres no pasan necesariamente por el nivel educativo ni por los ingresos, sino por otras cuestiones.

Y, claro, el menor emparejamiento se traduce inmediatamente en un menor número de hijos. He estado mirando resultados de la Encuesta de fecundidad del Instituto Nacional de Estadística, una encuesta que se pasó sólo en 2018, y que es muy interesante. Está disponibles los datos en la web del INE. Y, efectivamente, los hombres más pobres tienen menos hijos. Si seleccionamos las edades de 44 a 49 años, cuando ya la mayor parte de la población ha tenido hijos, el 26% de los hombres con ingresos bajos, de salario mínimo o menos, se ha quedado sin hijos. Entre los hombres con salarios de más de 2.000 euros mensuales, este porcentaje baja al 10%. Entre las mujeres apenas hay diferencias entre las de salarios más bajos y algo más altos, 17% y 15% respectivamente se quedan sin hijos.

Entonces, recapitulando: las mujeres con educación superior tienen dificultades a la hora de emparejarse porque seleccionan mucho, los hombres pobres tienen dificultades a la hora de emparejarse porque son seleccionados poco.

Lógicamente, las expectativas en cuanto a nivel de estudios e ingresos no son la única causa para el crecimiento del desemparejamiento. Las transformaciones en el mercado laboral y la creciente incertidumbre económica de los jóvenes afectan a las familias en muchos países. Hay diferentes estudios que indican que la inestabilidad laboral y las dificultades financieras contribuyen al aplazamiento de la maternidad/paternidad y, también, aumentan el riesgo de separaciones. Aunque, como es lógico, estas cuestiones tampoco afectan homogéneamente a todo el mundo, sino que inciden más sobre los pobres. Tendremos oportunidad de tratar estos factores más económicos en otros episodios.

Antes de despedirnos, como siempre, la sección que nos acompaña en cada episodio: Miradas sobre el declive. Aquí comparto un libro, artículo, película o documental que puede ayudarnos a entender mejor los temas que tratamos. En este episodio voy a hablar de un artículo que se llama “Sexless America”, América sin sexo. Es un artículo publicado en enero de 2025 por Lyman Stone, que forma parte de una serie de artículos del mismo autor sobre la evolución de las prácticas sexuales en Estados Unidos. Comento aquí algunas cuestiones que aparecen en algunos de los artículos previos. En este caso, el contenido de Miradas sobre el declive tiene mucho que ver con lo que hemos comentado en la primera parte del episodio.

El artículo utiliza datos de la encuesta General Social Survey, con los que se explora una tendencia clara y creciente, una tendencia que queda reflejada en bastantes otras fuentes: los adultos jóvenes en Estados Unidos están teniendo significativamente menos relaciones sexuales que las generaciones anteriores. Se trata de una “recesión sexual” que ya no es una anomalía estadística o cultural pasajera, sino un patrón sostenido que se ha intensificado particularmente desde 2010. El aumento de la inactividad sexual nos dice que algo estructural está cambiando en las relaciones sexuales. 

 

Los datos del artículo indican que el porcentaje de jóvenes (de 18 a 35 años) que no tuvieron relaciones sexuales en el último año ha crecido de forma sostenida. Entre 2014 y 2023 la cifra ha subido desde el 20% al 33%. Esto en sólo 9 años. Si vemos un periodo un poco más largo, hay que decir que en 2008 esta cifra era del 8%. Del 8% al 33%. Uno de cada 3, en blanco.

 

Este incremento no se distribuye uniformemente: 

·        Afecta más a hombres que a mujeres. 

·        Es más común entre jóvenes sin pareja estable, con niveles bajos de ingresos, sin empleo, o que aún viven con sus padres.

Los adultos mayores de 35 años, en cambio, no han experimentado una caída significativa en la frecuencia sexual, lo que significa que el cambio es generacional, no transversal. 

Stone propone varias causas interconectadas que podrían explicar estos cambios en las prácticas sexuales de los adultos jóvenes:


1. Tecnología y entretenimiento digital

El aumento del uso de redes sociales, videojuegos, y plataformas de entretenimiento reduce el tiempo destinado a la interacción presencial. Además, la pornografía digital gratuita y superabundante puede competir con el deseo de sexo real.

2. Cambios económicos y laborales. Los jóvenes tienen mayores dificultades económicas que en las generaciones anteriores: salarios estancados, altos costes de vivienda y más precariedad laboral. Esta precariedad reduce el atractivo que se genera como pareja potencial y también hace caer la autoestima y la motivación para buscar relaciones.

3. Énfasis en el consentimiento. El autor considera que el avance en el consentimiento en las relaciones sexuales es positivo, pero que el miedo al rechazo o a equivocarse en una aproximación sexual puede estar inhibiendo la espontaneidad 

4. Menor presión social para formar pareja. En generaciones anteriores, formar pareja y mantener relaciones sexuales eran un rito de transición, suponían una expectativa casi universal para los adultos jóvenes. Hoy, esa norma social es más difusa: el sexo ha dejado de ser un hito obligatorio y se interpreta de forma más individual.

Stone subraya que esta transformación tiene Implicaciones sociales y demográficas que van mucho más allá de lo personal:

• Desde luego, la recesión sexual es otro factor dentro de la red de causas que explican el declive de la natalidad. Si los jóvenes tienen menos sexo, hay menos posibilidades de formar parejas estables o tener hijos. 

• En cuanto a la soledad y la salud mental: no toda inactividad sexual implica aislamiento y depresión, pero puede darse una relación entre la falta de relaciones sexuales y el deterioro del bienestar emocional.

El artículo llama la atención sobre una transición social profunda, sobre cómo el sexo está siendo transformado por fuerzas económicas, tecnológicas y sociales. El estudio de Stone no es el único que refleja esa caída en las prácticas sexuales de los adultos jóvenes. Se trata de una tendencia que se observa en Estados Unidos, en algunos países europeos y en otros países como Corea y Japón. En Japón, por ejemplo, he estado mirando encuestas del Instituto Nacional de Investigación sobre Población donde aparece que, en 2020, el 28% de los hombres entre 18 y 39 años y el 18% de las mujeres eran vírgenes. Me recuerda aquella película de Vírgen a los 40.

Esta recesión sexual yo la veo también como un resultado de la banalización del sexo. El sexo en generaciones anteriores era algo trascendente. Trascendente desde el punto de vista de la reproducción y, para parte de la sociedad, desde el punto de vista de la religiosidad, pero también trascendente desde el punto de vista del amor romántico. El sexo, para buena parte de la generación joven actual, se ha convertido en algo intrascendente. Se ha banalizado. Cuando con una aplicación, con Tinder, por ejemplo, se puede acceder a sexo, sólo sexo, despegado del amor romántico y del compromiso, a un toque de pantalla, pues eso está muy bien en algunos casos, pero desde luego le da una dimensión radicalmente diferente al sexo. Lo banaliza, le quita trascendencia. Desaparece también la escasez, que hace que las cosas sean más apetecibles. 

En los próximos episodios, seguiremos explorando en profundidad las causas del declive de la natalidad, las consecuencias económicas y sociales del envejecimiento y las distintas respuestas que se han planteado, desde incentivos a la natalidad hasta reformas en el sistema de pensiones. También veremos casos concretos de países que han intentado revertir esta tendencia y debatiremos el papel de la inmigración en la dinámica demográfica. Si te interesa comprender cómo estos cambios afectarán nuestras vidas y al mundo en el que vivimos, quédate.

Ya sabéis, en las notas de descripción del podcast tenéis la dirección de correo por si queréis escribirme con cualquier comentario o sugerencia.

Nos escuchamos en el próximo episodio de 2,1 hijos. ¡Hasta entonces!

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